Encontrar el camino de la victoria en el fútbol depende de demasiados factores, grandes y pequeños detalles como para achacar el éxito o el fracaso a alguien o algo concreto. La gente que defiende un mínimo concepto apoyándose en una victoria o una derrota no se da cuenta que tanto cuando se gana como cuando se pierde hay muchas cosas que se hacen bien y otras tantas que se hacen mal. Dentro de una organización positiva o negativa y siempre única –porque cada jugador es demasiado especial y con un solo control orientado puede cambiar el signo de un partido– un mínimo detalle puede decantar un partido a favor de uno u otro.
En España, por ejemplo, de haber ganado 1-0, de haber pitado el árbitro cuando recibió Juanfran (la jugada, con su control, estaba acabada y el tiempo extra había pasado) no se hubiera caído en la cuenta de muchas cosas evidentes, igual que no se hubieran llevado otras al extremo. Algo similar ocurrió en la Eurocopa 2012 cuando algunos hablamos del tiquinaccio, una forma de jugar respetable y que estaba dando resultados excelentes pero que algunos lo apreciaron de forma despectiva y aprovecharon el 4-0 de España en la final para recordarlo en tono jocoso. El tiquinaccio hablaba de un modelo de juego basado en la conservación de balón que, sobre todo, proporcionaba solidez defensiva gracias al poco tiempo que el equipo corría detrás de él, las pocas posibilidades de atacar que se le daba al rival y la capacidad para no perder las zonas marcadas de cada jugador aun manteniendo la posesión, y no tanto en un modelo basado en la creación de ventajas ofensivas y ataques a pleno sol. Puede que de esa forma, por cierto, España no hubiera sido campeona. El tono general de esa Eurocopa, lo que nos llevó a la final, fue el tiquinaccio. Creábamos pocas ocasiones, no teníamos profundidad ni una velocidad de circulación demasiado alta, marcábamos pocos goles, pero encajamos menos y llegamos al partido contra Italia.
Sin embargo, el gran debate en España es el de la posición del 9. Un auténtico falso mito aprovechado por los que se declaran en contra y a favor y que surge a partir del Barcelona de Guardiola. Un debate que se habría acabado si en vez de hablar de falso 9 en el Barça, habláramos de la posición Messi. Porque no podemos etiquetar un puesto y hacer de ello una norma general cuando en ese puesto solo juega un jugador capaz de marcar 50 goles cada temporada. Esa facilidad suya en arrancada, en desborde, el instinto goleador, su calidad posicional, un equipo que juega casi única y exclusivamente para él y un talento único en el mundo son demasiados argumentos para poder permitirte no tener un jugador por delante que fije a la defensa rival. Y sin embargo, en ese contexto que tanto favorece a Messi y con el sueño de Guardiola de un equipo sin especialistas (en el que todos fueran centrocampistas, incluido los centrales y los atacantes) el Barça ha tenido que recurrir a jugadores como Alexis con el casi único objetivo de buscar rupturas a la espalda, de fijar centrales, de buscar diagonales, de generar espacios entre líneas alejándose de la jugada para que tuviera éxito. Una capacidad que resalta en Pedro, un cuchillo que, aunque no desde la posición de 9, obliga a la defensa a correr hacia atrás en busca de alcanzarle tras su desmarque.
Si en vez de Messi el que jugara en esa posición fuera Cesc, un jugador que en vez de 50 goles marcaría con los mismos minutos como máximo 20, y que no tiene la capacidad de atraer a tantos jugadores a su espacio para habilitar al resto dejándolos literalmente solos, la cosa cambiaría considerablemente. Y también cambiarían mucho los puntos que sumaría el Barcelona durante una liga con ese mismo sistema pero un jugador en vez de otro. Y es precisamente ese el bloqueo en el juego de España por razones bastante evidentes siguiendo la lógica del juego.
Si tu referencia ofensiva es Fàbregas y nadie juega por delante de él, una de sus virtudes, el último pase, se desvanece y en cambio se le exige marcar la diferencia anotadora a un jugador que recibe lejos de portería y con muchos contrarios por detrás de balón, lo que por su falta de giro diferencial y por no tener una velocidad ni un desborde sobrenatural lo llevan siempre a estar fuera de la zona del gol. Además, al ser ese último jugador en España, su capacidad de sorpresa, de dominar la segunda línea, de no estar, sino de llegar, se pierde. Dos de sus grandes virtudes quedan eliminadas para reclamar una que no tiene.
Se podría pensar que el objetivo es precisamente sacar de la posición a los centrales y no tener a alguien que esté para así tener gente que llegue, pero eso es ciencia ficción cuando todos los rivales van a salir con un planteamiento de no dejarse arrastrar, de defender más al posible receptor que al actual poseedor y que va a jugar siempre plegado y defendiendo los pasillos centrales. Todos juegan así menos Italia en la final de la Eurocopa. Se podría pensar también que es una manera de, gracias a su último pase y capacidad de conservar el balón, buscar gente que sorprenda en la segunda línea con desmarques de ruptura, pero eso también es ciencia ficción en un equipo que juega con Xavi de media punta y en el que todos menos Pedro ansían pedirla al pie y no al espacio.
Evidentemente, en una selección con tanta calidad que impone tanto su juego, que está tanto tiempo con el balón aproximándose a zonas de área, con además una seguridad defensiva alta cuando juegan juntos Busquets-Alonso (en doble pivote) y Arbeloa (por detrás, junto a defensas de otra naturaleza) y, sobre todo, que tiene la capacidad de resolver jugadas en las que no tiene ventaja posicional y en las que, si de la creación de espacios dependiera nunca acabarían en gol de tener el balón un jugador normal y no Iniesta o Silva, el equipo es capaz de ganar muchos partidos o campeonatos, pero la realidad es que muy pocas veces es por la elección de jugar con un 9 sin profundidad, velocidad ni gol.
* Francisco Ruiz Beltrán es entrenador. Autor del libro “Filosofía y manual de un entrenador de fútbol” (Wanceulen Editorial).